Pese a la insidiosa y maligna acción británica, la explosión de la Hispanidad en 20 países débiles y enfrentados, no se habría producido de no concurrir con el gran cataclismo de la Guerra de Independencia frente al genio militar de Napoleón. La invasión napoleónica no sólo fue el principal factor para desencadenar la secesión de los territorios americanos, sino que también fue el inicio de la división y enfrentamiento entre los españoles peninsulares, dando lugar a las guerras carlistas y al nacimiento de los miopes e intransigentes nacionalismos locales, en especial el catalán y el vasco.
Echando la vista atrás podemos constatar cómo el sentimiento de pertenencia a la nación, a la Hispanidad, de los habitantes de toda España, incluidos catalanes y vascos, era sano, vigoroso. La reacción frente a la invasión extranjera fue la que podía esperarse de un pueblo con un fuerte sentimiento de identidad nacional.
Proclama de la Junta de Valencia (junio de 1808):
«Toda la Nación está sobre las armas para defender los derechos de su Soberano. Cualquiera que sea nuestra suerte, no podrá dejar de admirar la Europa el carácter de una Nación tan leal en el abatimiento que ha soportado por tanto tiempo, por puro respeto a la voluntad de sus Soberanos, como en la energía que ahora muestra, falta de tropas, y ocupado su territorio y las fortalezas de sus fronteras por un ejército francés sumamente poderoso. No es menos digno de admiración, que tantas provincias diversas en genio, en carácter y aún en intereses, en un solo momento y sin consultarse unas a otras se hayan declarado por su rey (…) Es indispensable dar mayor extensión a nuestras ideas, para formar una sola nación, una autoridad suprema que en nombre del Soberano reúna la dirección de todos los ramos de la administración pública. En una palabra, es preciso juntar las Cortes o formar un cuerpo supremo, compuesto de los diputados de las provincias, en quien resida la regencia del Reino, la autoridad suprema gubernativa y la representación nacional».
Además, la Junta de Valencia en julio de 1808 solicita la formación de una junta central que unificara a todas las juntas locales.
Este texto es muy importante, los españoles de todas las provincias, sin excepción se consideran una nación e identifican su derecho con el de su soberano, el Rey. Las Cortes, que se consideran representantes de la nación, son además las regentes del reino mientras el Rey está ausente.
Proclama de la Junta del País Vasco (Vizcaya, junio de 1808):
“Los vascongados a los demás españoles. Españoles: somos hermanos, un mismo espíritu nos anima a todos. Aragoneses, valencianos, catalanes, andaluces, gallegos, leoneses, castellanos, olvidad por un momento estos mismos nombres de eterna armonía y no os llaméis sino españoles. Recibid como prueba incontrastable del espíritu que nos anima, los holocaustos que ofrecen a la libertad española los Eguías, los Mendizábales, los Echevarrías y otros infinitos vascongados”.
Son palabras estas de la Junta de Vizcaya al pueblo español. En el País Vasco la represión francesa fue muy cruenta desde el primer instante. La determinación de las juntas vascas de defender a España y a la Corona contra la invasión napoleónica era absoluta. Como vemos, la proclama de la Junta de Vizcaya en 1808, apenas desencadenado el movimiento contra los franceses, es un auténtico llamamiento a la unidad nacional española.