La flota libertadora de José de San Martín que partió desde Valparaíso hacia el Perú (siguiendo punto por punto el conocido como plan Maitland) estaba formada por buques ingleses a los cuales se les había cambiado el nombre. Igualmente, para disimular la operación, se le cambió el nombre a su comandante, el Almirante Lord Thomas Alexander Cochrane, quien pasó a llamarse Tomás Alejandro Cochran. A todos los oficiales ingleses que participaron en las campañas de América, que fueron cientos, se les hispanizó el nombre.
Tras la proclamación de la independencia de Perú, el 28 de julio de 1821, el tesoro que albergaba la Real Hacienda de Lima, o lo que es lo mismo, el Banco Central del Perú, fue desvalijado por San Martín y embarcado en la flota de Cochrane anclada en el puerto de El Callao, quien partiría con ella hacia Londres portando la cuantiosa suma de 40 toneladas de oro. No era novedoso tal acto; lo mismo había ocurrido en Buenos Aires, Bogotá, Guatemala y México. Todas las Reales Haciendas fueron saqueadas y sus tesoros enviados a Londres. Así fue como los ricos Virreinatos y Capitanías Generales pasaron a ser Repúblicas pobres.
Inglaterra se enriqueció de forma inimaginable, al igual que las nuevos estados independientes pasaron a empobrecerse como jamás habrían pensado. Desde entonces, Inglaterra y la anglosfera imperan en Sudamérica, imponiendo su comercio ventajista, su moneda, fomentando la división, incluso mediante el derramamiento de sangre, y sumiendo a los países en la subordinación y la pobreza. Eso sí, cada nuevo «país» tiene su bandera y su himno.