Juan Bautista Arismendi fue uno de los sicarios más crueles de Bolívar, el principal ejecutor del genocidio de españoles llevado a cabo en Venezuela durante «La guerra de la independencia (secesión debiera decirse)».
Nacido en 1775 en Nueva Esparta, Venezuela, era de origen vasco, de distinguida familia perteneciente a la aristocracia criolla. Fue, al igual que su padre, militar español. Arismendi llegó a ser comandante de milicias blancas, pero en 1810 se hizo súbitamente independentista traicionando al gobierno español y a su uniforme.
Constituyó la Junta Suprema de la isla Margarita y se autonombró Gobernador de la isla. Allí comenzaron sus crímenes: asesinó a un grupo de canarios, entre ellos a una mujer, quienes habían gritado vivas al Rey y mandó colocar sus cabezas en postes. Un sargento español, Pascual Martínez, lo capturó. Fue remitido a La Guaira, encarcelado y procesado por esos crímenes y castigado con una flagelación. Los excesos del gobernador Martínez hicieron que la Audiencia lo pusiera en libertad. Arismendi juró venganza contra Martínez y los “malditos españoles”
Desde entonces Arismendi, al igual que Bolivar, se convirtió en un odiador de españoles. Por eso Arismendi, cuando llegó a ser un general de la causa independentista fue el principal cumplidor del decreto de «Guerra a Muerte» durante la contienda.
La guerra en Venezuela fue realmente devastadora. Bolívar invadió Venezuela en 1813 y devastó cada pueblo, cada ciudad, cada rincón… El ejercito realista oponía férrea resistencia pero Bolívar contaba con un grueso ejercito compuesto por neogranadinos, haitianos, británicos y venezolanos. El ejercito realista estaba comandando por españoles y criollos, pero toda la tropa era nacida en Venezuela. España atravesaba una muy difícil situación tras haber expulsado a Napoléon de la península y tardó mucho en enviar ayuda. Los asesinatos y la devastación es descrita por arzobispo Narciso Coll y Prat: “El hurto, la rapiña, el saqueo, los homicidios, y asesinatos, los incendios y devastaciones; la Virgen estuprada, el llanto de la viuda y del huérfano; el padre armado contra el hijo, la nuera en riña con la suegra, y cada uno buscando a su hermano para matarlo; los feligreses emigrados, los párrocos fugitivos, los cadáveres tendidos en los caminos públicos; esos montones de huesos que cubren los campos de batalla y tanta sangre derramada en el suelo americano; todo esto está en mi corazón. ¡Gran Dios, es acaso Venezuela aquella Nínive sanguinaria, al fin destruida y desolada!”
En este escenario, en 1814 Arismendi se baña en sangre al cumplir una espantosa orden de Bolívar: matar a miles de españoles que estaban apresados y hacinados como animales en mazmorras y enfermos en hospitales. Bolívar no los había matado hasta entonces porque esperaba cambiarlos por combatientes suyos en manos del ejercito realista.
Pero Bolívar en un ataque de ira da esta horripilante orden: “‹En consecuencia, ordeno a usted que inmediatamente se pasen por las armas todos los españoles presos en esas bóvedas y en el hospital, sin excepción alguna». Esta orden iba a ser aplicada en Caracas, La Guaira y Valencia. Ni la súplica del Arzobispo de Caracas conmovió a Bolívar. Tenía apenas apenas 30 años y estaba convirtiéndose en un desalmado criminal.
Nadie quería cumplir esa orden: sus generales eran mantuanos y criollos, no les era nada fácil matar tanta gente indefensa con la que compartitan tantos lazos de sangre, afecto y cultura.
Pero habia uno capaz de hacerlo, no era otro que Juan Bautista Arismendi, tan sanguinario como el mismo Bolivar. Los heridos fueron arrastrados, dando gritos, hacia el lugar de la ejecución; los civiles indefensos fueron conducidos a empellones y culatazos. No hubo piedad. Los fusiles descargaron el plomo mortífero y los pelotones de fusilamiento debieron ser relevados periódicamente por el agotamiento de los hombres y la repugnancia que a muchos causaba aquella matanza.
En un momento determinado Arismedi ordenó parar para no seguir gastando pólvora, cara y escasa. A continuación se procedió a matar a las victimas a punta de sablazos, cuchillos y pedradas. También usaban fogatas para quemar los cuerpos. El espectáculo de horror fue tan terrible que el Arzobispo de Caracas huyó de la ciudad llorando para no soportar el olor a sangre y carne quemada que llegaba a todas partes.
Los enfermos de los hospitales eran llevados arrastrados al lugar de ejecución. Incluso los ancianos en silla de ruedas eran amarrados a ellas y matados a punta de pedradas con las que le aplastaban la cabeza. Esas ejecuciones de 2.000 españoles en tres ciudades se llevaron a cabo durante varios días. No hubo piedad ni misericordia. Habían convertido a Venezuela en un mar de sangre.
Como colofón a este el espectáculo dantesco, Arismendi mandó a traer al lugar de ejecución a muchachas vestidas de blanco con cintas amarillas para bailar «el inmundo palito» sobre la sangre derramada. Este hecho es descrito por Juan Vicente González en la biografia escrita sobre Jose Felix Ribas: «Sobre aquel anfiteatro corrían locas de placer, vestidas de blanco, engalanadas con cintas azules y amarillas, ninfas del suplicio, que sobre la sangre y los sucios despojos bailaban el inmundo Palito».
Cuenta Juan Vicente González en su libro : «Desde el funesto día 12, mañana y tarde se fusilaba a todas horas. Aquellos banquillos, bañados de sangre, rodeados de humanos restos, embriagaban a unos, llenaban a otros de piedad, con sus pútridas exhalaciones. Por motivos de economía se asesinaba a veces con machetes y puñales». Dice que en La Guaira «Los degüellos comenzaron el 12 y continuaron algunos días. Se les sacaba en fila, de dos a dos, unidos por un par de grillos, y así se les conducía entre gritos e insultos, coronado cada uno con un haz de leña, que había de consumir sus cuerpos palpitantes. Pocos lograban se les matase a balazos, los más eran entregados a asesinos gratuitos que se ejercitaban al machete, al puñal, y que probaban a veces su fuerza arrojando sobre el cerebro del moribundo una piedra inmensa».
Arismendi comunicaba orgulloso a Bolivar el número de asesinados periódicamente: “Ayer tarde fueron decapitados 150 españoles y canarios encerrados en las bóvedas de este puerto”. Al poco tiempo escribe: “Ayer tarde fueron decapitados 247 españoles y canarios, y sólo quedan en el hospital 21 enfermos», que fueron ejecutados al día siguiente. «Hoy se han decapitado los españoles y canarios que estaban enfermos en el hospital, último resto de los comprendidos en la orden de Su Excelencia». En otro mensaje escribe “Hoy se han decapitado 350 españoles y canarios en la ciudad de Valencia en cumplimiento de la orden de Su Excelencia”.
Pero la carrera carnicera de Arismendi no terminaría allí. En 1815 llega a Venezuela el pacificador español Mariscal de Campo, Pablo Morillo. Morillo estúpidamente le perdona la pena de muerte a la que estaba condenado Arismendi por sus crímenes. Más adelante, este asesino sanguinario le «agradecerá» a Morillo su piedad matando a toda la flota española cuando Morillo parte a Nueva Granada, y cometiendo una masacre contra la población española en la Isla de Margarita.