España, primera y gran protectora de indígenas

El genocidio que no existió.

Durante décadas ha sido un tema constante en las universidades y escuelas de los países Hispanoamericanos, e incluso en la propia España, hablar de las supuestas atrocidades cometidas durante el periodo de la Conquista de América. Los sempiternos rivales de la Hispanidad han aprovechado también su influencia y su poder en los medios de comunicación para realizar películas, biografías y series que no tienen apego historiográfico, que no buscan explicar la verdad histórica. Pareciera que su único propósito es seguir tergiversando la realidad de los hechos. 

Hablan del exterminio de la población americana, de la supresión de sus usos y costumbres, e incluso de la desaparición de sus lenguas. Niños y mujeres embarazadas trabajando y siendo abusados por los sangrientos españoles, quienes acumulaban lingotes de oro y plata, mientras holgazaneaban y disfrutaban de lujos y festines. Tristemente, la mayoría de las personas han asimilado esta versión fraudulenta de la historia, y es la imagen que viene a sus mentes en cuanto alguien menciona la hispanización de América.

Por supuesto, es necesario reconocer que es cierto que hubo encomenderos que cometieron abusos hacia los indígenas. Este fue un asunto sobre el que se trató de legislar lo más pronto posible, para evitar cualquier trato inhumano. Pero también en honor a la verdad es necesario señalar que hay incontables exageraciones que corresponden más a la fantasía que a los datos históricos, como es el caso de los relatos de Fray Bartolomé de las Casas, relatos sobre los que se ha sustentado durante 5 siglos y se sigue sustentando hoy día la leyenda negra. 

Desde tiempos de los Reyes Católicos, el objetivo en América fue evangelizar dichas tierras, tal y como pedían las bulas papales, y por ende, dar un tratamiento cristiano a todos los que allí habitaran. La semilla del Derecho quedó plantada casi desde el principio de las expediciones. Para desventura de la humanidad, las leyes nunca han sido suficientes para eliminar la maldad y las tropelías. En nuestros días, cinco siglos más tarde, todavía hay múltiples leyes que se violan día tras día. El hecho de que existan leyes, no garantiza su cumplimiento, y lo mismo ocurrió durante el proceso de hispanización.

Sin embargo, debemos afirmar que ya desde un primer momento, la intención sincera de proteger a los indígenas es un hecho innegable, y sin comparación en la historia. Los más férreos detractores de la Hispanidad no pueden más que aceptar, aunque sea a regañadientes, las evidencias de todas las leyes promulgadas a favor de los nativos. La verdad no puede ocultarse por mucho tiempo.

A continuación repasamos varios hechos históricos de incuestionable relevancia que demuestran la veracidad sustancial del hecho de que España tuvo una actitud de defensa de los conciudadanos indígenas, actitud sin parangón. Hablamos de “conciudadanos” porque es la palabra que mejor traslada a nuestro mundo de hoy día el concepto “súbdito” (ciudadano supeditado al rey), que es el históriográficamente correcto. Súbditos del rey, es decir conciudadanos, eran todos, tanto los indígenas americanos, como los españoles peninsulares, hasta los de la más alta nobleza.

1- Isabel La Católica y su voluntad inequívoca de proteger a los indios

La fama de la Reina Isabel I de Castilla se ha extendido a ambos lados del mundo. Ha sido merecedora de reconocimiento y loas por sus muchas virtudes. Era una mujer que profesaba un cristianismo sincero y que se esforzaba por tratar con justicia a todos aquellos sobre los que reinaba. Ella y su esposo, Fernando de Aragón, habían aceptado la petición que el Papa Alejandro VI les hizo: evangelizar todas las tierras descubiertas. Pero conocía bien las debilidades humanas, y dando buena muestra una vez más de su talla como gobernante excepcional y de su actitud compasiva, se aseguró de dejar garantizado que los indígenas debían ser tratados con respeto. En su testamento lo dejó claro:

“…no consientan ni den lugar a que los indios, vecinos y moradores de las dichas Indias y Tierra Firme, ganadas y por ganar, reciban agravio alguno ni en su persona ni en sus bienes, sino que manden que sean bien y justamente tratados…”

Testamento y codicilio de Isabel «La Católica»

Este documento histórico fue firmado en el año de 1504, es decir, 17 años antes de que cayera Tenochtitlan en manos de Cortés y sus aliados indígenas. 

2- Las Leyes de Burgos (1512), embrión de los derechos humanos universales

Al parecer, la Reina conocía bien las flaquezas de sus súbditos, las mismas flaquezas humanas a las que sucumbimos hoy en día. Y así, no todos cumplieron con otorgar el trato digno que ella ordenó hacia los indígenas.

En Santo Domingo, el fraile dominico Antón de Montesinos se percató de los abusos que se estaban cometiendo contra los nativos. El tercer domingo de Adviento del año 1511, el fraile dió un sermón en el que exponía los atropellos de los que había sido testigo. El impacto de ese sermón tuvo tal alcance que llegó hasta España. El fraile fue reprendido por el Virrey, quien se sintió atacado, pero sentó un precedente importantísimo, no sólo para el Imperio Español, sino para la humanidad entera, pues como consecuencia de esta polémica surgieron las leyes de Burgos de 1512.

El gobierno español no intentó disimular la verdad, sino corregirla para bien de los habitantes de América. España hizo autocrítica, sin mediar ninguna acusación de países rivales, y por iniciativa propia surgió el impulso de crear leyes de protección muchos años antes de que Cortes o Pizarro consiguieran el control sobre el territorio actual de México o Perú.

A pesar de que se ha señalado la complicidad de la Iglesia Católica en el supuesto exterminio de los indígenas, los documentos históricos muestran contundentemente que las primeras denuncias contra los maltratadores provenían primordialmente del clero, el cual tuvo un importante papel como contrapeso moral durante la formación de los virreinatos y en su posterior desarrollo. Como con todos los hechos históricos, es interesante comparar este rol como contrapoder moral de la iglesia en el Imperio español con el, por ejemplo, nulo papel de la iglesia anglicana en todos los territorios dominados por los anglosajones.

Como decimos, tras la polémica con el dominico Antón de Montesinos nacen las Leyes de Burgos, cuyo nombre correcto es el de “Ordenanzas Reales para el buen regimiento y tratamiento de los indios”. Se reunieron juristas y teólogos españoles para debatir. De esas discusiones surgieron las bases para el Derecho de Gentes, que hoy conocemos como Derecho Internacional.

Las Leyes de Burgos contenían 35 artículos, entre los que destacaban el reconocimiento de que los indígenas son hombres libres y titulares de derechos básicos como la propiedad. Se recalcaba también la intención de instruirlos en la fe católica, lo que implicaba reconocerles como seres con capacidades espirituales similares a los europeos. En dicho documento también se estipulaba que las horas de trabajo deben ir acompañadas de descanso y distracción. Del mismo modo, se reconocía el derecho de los indígenas a tener un salario propio y sus casas propias. Los trabajadores laboraban por cinco meses, y posteriormente descansaban 45 días. El trabajo infantil se prohibió: los menores de catorce años no podían realizar trabajos. Las mujeres embarazadas no trabajaban a partir del cuarto mes de gestación, y no volvían a trabajar hasta que su hijo tenía tres años de edad.

Gracias a estas leyes se comenzaron a construir iglesias dentro de las haciendas, para que los trabajadores no descuidaran sus deberes religiosos por motivos laborales. También se ordenó llevar un registro de nacimientos y defunciones. Se intentaron mejorar las condiciones de vida. El maltrato físico o psicológico quedaba prohibido. Se mejoraron los lugares de vivienda, y se entregaba una hamaca a cada trabajador para evitar que durmieran en el suelo.

Del mismo modo, los trabajadores recibieron tierras de labranza de las que ellos eran propietarios. Recibieron aves de corral, maíz de siembra o yuca. En cuanto a la vestimenta, recibieron una cantidad anual para que pudieran vestir con dignidad. Los encomenderos tenían prohibido tener más de 150 trabajadores a su cargo, y se creó la figura del “visitador” como encargados de revisar el cumplimiento de las leyes. 

Las Leyes de Burgos fueron absolutamente vanguardistas, se adelantaron varios siglos a su tiempo. Prueba de ello es que 350 cincuenta años después, ¡350!, en las colonias norteamericanas los gobiernos de varios estados norteamericanos seguían publicando anuncios en los periódicos locales indicando cual era la recompensa por cada cabellera de indio muerto, incluidos mujeres y niños. Ahí están las pruebas innegables en los ejemplares de esos periódicos fácilmente consultables en nuestros días.

Recorte de periódico «The Daily Republican» de Winona, Minnesota, del 24 de Septiembre de 1863. El texto dice así: «La recompensa estatal por cada indio muerto se ha incrementado a 200 dólares por cada piel roja enviado al Purgatorio. Esta suma es más de lo que valen los cadáveres de todos los indios al este del río Rojo.»

3- Las Leyes Nuevas (1542), reafirmación de la protección

Como toda ley a lo largo de la historia, las Leyes de Burgos también sufrieron modificaciones. La realidad caótica sobrepasa los intentos humanos de convivencia armónica. Ya estando en el trono el Emperador Carlos I de España, convocó una junta en la Universidad de Salamanca. Entre los participantes se encontraba el padre del Derecho Internacional, Francisco de Vitoria quien dejó escrito que “aunque los indios no quisieran reconocer ningún dominio al Papa, no se puede por ello hacerles la guerra ni apoderarse de sus bienes y territorios”.

Entre los puntos más destacables se encuentran la contundente reiteración del buen trato que debía darse a los nativos, así como también la pronta liberación de aquellos que por la cuestión que fuese continuaban siendo esclavos.

Las Guerras Floridas, tan arraigadas en las acostumbradas de los mexicas, cuyo objetivo era capturar esclavos, tenían que desaparecer no sólo a nivel jurídico sino también psicológico. Por ello fue indispensable que estas leyes prohibieran cualquier vieja usanza de toma de esclavos, ni por guerra, ni por rebeldía, ni de ninguna otra manera.

Otra costumbre que fue forzada a desaparecer para preservar la integridad física y moral de los indígenas fue la de los cargadores (llamados tamemes): en adelante no trabajarían más sin su propio consentimiento. Argumentar que aquellos hombres estaban acostumbrados a  tal trabajo, no justificaba ya más que se les obligase a realizar tan pesada tarea.

4- 1550, la Controversia de Valladolid. De cómo algo que debe enorgullecer a la Hispanidad fue usado por nuestros rivales para difamarnos

El Colegio de San Gregorio en Valladolid fue testigo de las discusiones entre teólogos y juristas que debatían el trato que merecían los habitantes de las tierras conquistadas. Quizá el protagonista de dicho evento sea Fray Bartolomé de las Casas, quien denunció los maltratos hacia los indígenas. Sin embargo, él no fue el único que abogó por los derechos de los nativos. 

Una figura menos conocida, pero quizá mucho más relevante es la de Francisco de Vitoria, también perteneciente al clero. Vitoria argumentaba que los indígenas eran personas sujetas al Derecho, una resolución a la que otros países europeos tardaron siglos en llegar. 

A pesar de que no se llegó a un acuerdo concreto después de la controversia de Valladolid, el evento fue único en su especie pues se planteaba el debate sobre una cuestión moral en plena Conquista de América. Ese ejercicio de autorreflexión abrió camino a los derechos humanos mucho antes de que rodaran cabe  a bien adoctrinarnos, a quien le debemos el tratamiento digno del ser humano. 

Fray Bartolomé de las Casas tuvo el protagonismo, y gracias a sus fantasiosos, abracadabrantes, exageradísimos relatos consiguió un avance importante en cuanto a las leyes de protección de los indígenes se refiere. Sin embargo, no hay que perder de vista que fue un hombre que tenía una tendencia a la exageración colosal, al que la realidad de las cifras le traía sin cuidado. En el mismo relato de un sólo hecho, al principio menciona 12 mil muertos, luego dice que fueron 15 mil, y finalmente concluye con la cifra de 24 mil. Se percibe como infla las cifras por segundos. Este tipo de contradicciones son recurrentes en sus escritos. 

Otro botón de muestra de este hábito de exageración sin límites: De las Casas narró que los españoles masacraron a 20 millones de indígenas. En 1550 sólo habían llegado unos 50 mil españoles a América. Para que las cifras fueran verdaderas, cada español (incluidas mujeres y niños) tendría que haber asesinado un promedio de 400 indígenas. Simplemente, no parece humanamente posible.

En otro escrito habla de la existencia de 30.000 ríos en la isla de la Española (isla donde se sitúa hoy día Haití y la República Dominicana), 30.000 ríos que simplemente no existen.

Como decía Menéndez Pidal sobre fray Bartolomé: “Holgadamente se hallaba Las Casas en un ambiente profetista, situándose fuera de toda la realidad y ¡con cuánta sencillez falseaba por completo la verdad de todo lo que lo rodeaba!”. 

Fray Bartolomé tenía fuertes intereses políticos: quería, y logró, ganar la simpatía del Emperador Carlos I de España, lo que redundó en todavía un mayor celo en la protección de los indígenas por parte de la corona. En ese sentido, su activismo extremo, sus exageraciones desorbitadas, tuvieron éxito y ese éxito fue positivo. Lamentablemente, esas afirmaciones irreales, sin el menor apego a la verdad, fueron tomadas como cimientos para construir la mayor campaña de desprestigio y difamación de la historia reciente, que conocemos como “leyenda negra”. Hoy día, en incontables ámbitos, para incontables intereses, De Las Casas sigue siendo uno de los referentes fundamentales de esta gran difamación. La pervivencia de su figura, de su fama tras los siglos debe comprenderse por dos motivos: porque su relato difamatorio sigue siendo útil y porque la fundación y durante mucho tiempo la mera supervivencia de varias de las naciones rivales de la Hispanidad dependió de la implantación entre sus habitantes de esa creencia calumniosa. 

Escribía Menéndez Pidal sobre fray Bartolomé: “Holgadamente se hallaba Las Casas en un ambiente profetista, situándose fuera de toda la realidad y ¡con cuánta sencillez falseaba por completo la verdad de todo lo que lo rodeaba!”. 

5- Felipe II insiste en la protección de los indígenas

El hijo de Carlos I continuó en la misma línea de su padre, respecto a la protección de los habitantes autóctonos. En las ordenanzas de 1573 dió disposiciones adicionales para que el contacto con los indígenas discurriera siempre de forma pacífica.

Mäs tarde, en el edicto real de 1593, Felipe II instituyó la jornada laboral de ocho horas. El soberano escribió: “Todos los obreros de las fortificaciones y las fabricas trabajarán ocho horas al día, cuatro por la mañana y cuatro por la tarde.”

También escribió sobre el trato específico hacia los nativos: “Os mando por ello que de aquí en adelante castiguéis con mayor rigor a los españoles que injuriaren, ofendieren  o maltrataren a los indios, que si los mismos delitos se cometiesen contra los españoles. “

6- La actitud compasiva de la Hispanidad frente a la crueldad anglosajona

La animadversión que se tiene contra lo que consiguió el Imperio Español no debe ser un impedimento para ver con claridad cómo incontables documentos y hechos históricos avalan la intención sincera, así como el enorme y fructífero empeño por preservar la dignidad de los pobladores de América. 

En contraste, comparemos esa actitud con la del ámbito anglosajón, que “curiosamente” es gran propagador de los mitos de la leyenda negra: Como hemos explicado en párrafos anteriores, en pleno siglo XIX los Estados Unidos seguían impulsando el genocidio indígena en todo su territorio, tanto a través de masacres como de la reclusión en campos de concentración, llamados eufemísticamente “reservas”. Un ejemplo notable es el caso de California: cuando los Estados Unidos usurpan a México el control de California en 1848, en plena fiebre del oro, reducen en pocos años la población de 150.000 indios a apenas 30.000. Peter Hardenman Burnett, primer gobernador californiano, incitó el conflicto declarando en 1851 ante los legisladores estadounidenses que “debe esperarse a que se siga librando una guerra de exterminio entre las razas hasta que la raza india se extinga”. Esto sucede casi ¡¡350 años!! después de la promulgación de las Leyes de Burgos.

Como no podía ser de otra forma, el palmario resultado de tan opuesta actitud hacia los indígenas es que la población genéticamente india o mestiza en Estados Unidos es del 1% versus más del 70% en los países hispanoamericanos.

El proyecto de integración que desarrolló la hispanidad fue tan exitoso que perdura hasta nuestros días. El respeto a los indígenas, el estudio de sus lenguas y costumbres, la educación, y la dotación de un marco jurídico adecuado permitieron que se forjara una sociedad que aun en pleno siglo XXI sigue estando unificada a pesar de las fronteras entre cada país hispanoamericano.

Lamentablemente, la propaganda fraudulenta ha sido más difundida que la verdad. Es nuestro deber combatirla con las palabras adecuadas, con los datos precisos e innegables, que desvelan las falsedades de los relatos lúgubres que aún se enseñan en escuelas y películas. Demos luz al verdadero pasado de la Hispanidad. 


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  • pablo1718

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